¿Por qué es tan importante la inscripción de la metáfora paterna
en el psiquismo de un individuo?
El ser humano nace absolutamente prematuro y dependiente de quien lo cobije como madre. Quien decodifique sus necesidades y las satisfaga. Quien lo nutra y lo proteja. Este rol es fundamental para cualquier individuo. Es vital para su supervivencia. Luego el niño ingresa en el lenguaje y empieza a expresarse. Se aleja paulatinamente de esta dependencia absoluta y radical hacia su madre o quien cumpla esta función. Una madre suficientemente buena, como diría Winnicot, alienta la independencia del niño. Y aquí entra en juego paralelamente el padre para oficiar este corte. Para mostrarle, grafológicamente hablando, el universo desconocido del margen derecho: la salida a lo social, con sus pautas (borde superior de la hoja). El padre muestra el mundo social y los códigos que lo rigen. Es el guardián de la ley, quien lega a este psiquismo en formación, los rudimentos de lo que se irá conformando como su Super Yo, como el asiento de los mandatos sociales, culturales y familiares que forjan el ingreso al mundo adulto que marca los límites, las posibilidades y las restricciones a los que como individuos nos vemos sometidos por formar parte de una sociedad, de una cultura que nos indica cómo debemos proceder y actuar para ser aceptados socialmente.
La salida al mundo sin estas pautas sería caótica, irrestricta. No sabríamos cómo comportarnos, querríamos satisfacer inmediatamente lo que se nos ocurriera sin saber postergar, reemplazar, planificar una acción para lograr lo que nos proponemos.
Esto lo posibilita el corte que el padre efectúa a la dependencia simbiótica hacia una madre incondicional que nos satisface en todo y sin demasiadas demoras, y a la vez, también posibilita la inscripción de un nuevo tipo de vínculo condicional que nos enseña que debemos ser y hacer determinadas cosas para merecer la aprobación y ser queridos.
Del amor incondicional de la madre al amor condicional del padre que marca las bases para el tipo de relación que tendremos con los otros sociales afuera del ámbito de casa. En el colegio se nos enseñará a cumplir con ciertos parámetros para ser reconocidos y aceptados, luego en nuestros empleos, con nuestros amigos. No es ya puro capricho todo, es sí cumplir para ser aceptados. Cumplir pautas sociales, comportarnos como se espera, aceptar reglas, horarios, códigos, moral, pautas sociales colectivas para cualquier tipo de actividad que emprendamos.
La aceptación de estas pautas implica un corrimiento de la letra inclinada a la izquierda, hacia una letra verticalizada o inclinada a la derecha. Esto nos posibilita ir cortando amarras de dependencia con lo que simboliza el margen izquierdo, para ir acercándonos al mundo y a los otros, al futuro, a las metas propias.
Al principio nuestra letra caligráfica responde y respeta el modelo aprendido. Aprendemos imitando. Luego la letra va cobrando un carácter más personal e individual y se va corriendo del modelo formal que aprendimos. Le agregamos características propias en la medida en que reformulamos con ciertos parámetros de libertad esos mandatos y pautas que aprehendimos, para hacerlos más flexibles y adaptados a nosotros mismos y a nuestro estilo. Si la letra es personal pero legible y sin gestos bizarros y “demasiado” propios, pues dentro de las pautas colectivas hemos hallado un estilo personal con nuestro sello.
Luego veremos si ese desprendimiento se ha ido logrando en la medida en que el margen izquierdo se vaya ampliando en tanto el margen derecho se reduzca en el encuentro confiado (facilitado por el padre) con lo “otro”, lo distinto a mí, lo externo, lo exogámico: la sociedad, el futuro, las metas. Empezamos a desear cosas que no tenemos y que nos proponemos alcanzar. La escritura progresa en su marcha hacia la derecha. Siempre llevaremos cáscaras de nuestro pasado, que nos constituye, que integra parte de nuestra identidad, pero en la medida en que los rasgos regresivos no sean los predominantes, y que las letras adosadas no abunden, habremos logrado una independencia que nos permita pararnos sobre nuestros propios pies. Nuestro yo revelará su firmeza con plenos nutridos, profundos, tensos, que afiancen nuestra identidad y nuestra autovalía.
Luego si sabemos adecuarnos adaptativamente al medio y a nuestra realidad circundante, el cuerpo del escrito seguirá pautas de orden en su organización: habrá pensamientos bien hilvanados, frases coherentes e hiladas, pausas, puntuación separando ideas. O sea, un diseño espacial del cuerpo del escrito que lo haga comprensible, con párrafos bien delimitados, con encabezamientos si se trata de una carta, con saludo, con firma. Esto nos hablará de una buena adaptación a los roles sociales que jugamos. No es lo mismo la organización de una carta de solicitud de empleo que una carta amistosa o familiar. Cada una tiene pautas aprendidas que se verá si se respetan o no.
Y no hay que olvidar el cotejo del cuerpo del escrito con la firma. Esta nos muestra lo más íntimo del individuo y el escrito, la formación de su carácter por relación dialéctica con el medio en que se desenvolvió.
Volviendo a la pregunta inicial, si la ley del padre no hubiera sido inscripta, no habría ingreso a la ley y no se respetarían pautas; la letra sería infantil, sinistrógira; el escrito, organizado caprichosamente, poblado de adosados. Propia de un individuo no individuado todavía inmerso en el cómodo regazo materno, sin haber podido construir un yo propio, sino compartiendo el yo de su madre.
Psicóloga UdeMM- Grafóloga Emerson-Astróloga
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