Se levantó sin ánimo
de afrontar mañanas,
desahuciado de lunas
que no amanecían.
mientras ella dormía.
Y se fue, desenredando
historias que se repetían.
Rememorando infinitas
auroras no compartidas,
mientras volvía al silencio
de su casa vacía.
Y se durmió al abrigo
del primer haz de luz;
amanecía otro día.
Que disipaba las sombras
de otra noche perdida.
Otra hebra de historia
que se enredaba en su vida.
Se durmió planeando
otra nueva aventura,
y se soñó regresando
a su casa y a oscuras.
Y vio al despertar a su madre
que el desayuno le ofrecía
mientras amorosamente
por su llegada tarde
lo reprendía.
(Cuarenta otoños lo atrapaban
en un letargo del que no despertaba.)
Y lamentó haber contribuido
a que su padre se marchara,
y se soñó marchándose él,
y se despertó en su propia cama,
junto a su café con leche humeante
y a sus cuatro tostadas.
Claudia Gentile (28/5/2011)
Responsabilidad compartida: hacen falta dos para prolongar una simbiosis.
Hoy me gustaría reflexionar sobre un tema bastante común en la actualidad. No sé si llamarlo directamente Edipo no resuelto en el hombre, o adolescencia tardía, o insatisfacción femenina tras el divorcio, o parentalización de un hijo, o imposibilidad de afrontar el nido vacío. Muchos nombres, un mismo drama.
Analicemos la génesis. Voy a armar una historia que va entramando esta situación que traté de reflejar en el poema:
Una mujer que, por distintas causas (ese es otro tópico que sólo abordo de soslayo hoy), se queda sola de hombre. Y dicho así puede entenderse como que se divorció, enviudó, tuvo o tiene un marido que no la mira por estar ocupado en otra cosa. La cuestión es que ella se siente insatisfecha con su propia vida y se dedica solamente a un hijo varón en particular. Este niño la completa, es el centro de su vida. Incluso puede hasta victimarse ante este hijo y el hijo se siente en la obligación de sostenerla de algún modo, de defenderla, de sostener esta mirada de amor puesta sobre él, o de cuidarla si está enferma o si procura estarlo incluso, para retenerlo.
No importan los detalles. Lo importante es que quedan detenidos ambos en un vínculo estrecho que se prolonga, que no permite la exogamia del hijo, o sea, la partida del hijo del hogar.
El hijo también hasta puede aprovechar esta situación porque se siente cómodo en el nido. Lo atiende, le cocina, lo espera. Pero lo ahoga. Esto genera en él un sentimiento ambivalente: Por un lado de rechazo y fastidio por tanto pedido de rendir cuentas (odio), como si fuera un niño; pero de amor por otro lado, ya que recibe todas esas atenciones de ese ser aparentemente incondicional. Y digo aparentemente porque la condición es que él siga siendo dependiente de ella y ella de él. Nada más ni nada menos que éste es el precio para él de esta seguridad.
Mientras tanto, cada novia que él trae es un desastre a los ojos de su madre. Obviamente, entra en competencia con ellas porque quiere ser la única mujer en la vida de su hijo. El hijo por otro lado, lo exprese o no, se decepciona de cada dama que no le brinda la atención absoluta que le brinda su madre e internamente las compara.
Si logra cortar este vínculo en la superficie y se marcha a hacer su vida, las manipulaciones de la madre se harán sentir. Le dirá que la deja sola, que un día la va a encontrar muerta, lo llamará muchas veces por día, lo tratará de hacer sentir culpable, le hablará mal de su nuera... muchas variantes podría enumerar.
Y es que cuando un Complejo de Edipo se resuelve bien, hay algo que opera de corte, habitualmente el padre, para que la mirada de la mujer deje de estar depositada en ese hijo que la completa y se vuelva a posar en su marido. Si no hay marido, pues la mirada de la mujer debería posarse en sus propios intereses: su trabajo, su profesión, sus actividades, o sobre otros afectos como amigas, parientes, o cualquier foco de atención de su entorno. Ahora, el problema es cuando la mujer no suelta al hijo porque no armó vida propia y lo único que la llena es el hijo.
Y esta dependencia, que fue vital y necesaria cuando el niño aun no podía valerse por sí mismo, se prolonga más allá del momento adecuado de la exogamia.
El hijo suele contribuir en muchos casos a “matar” al padre (parricidio) para quedarse en su lugar, en vez de identificarse con este padre para salir al mundo a encontrar una mujer “como” la madre, y no a la madre.
Es que muchas veces, estas mujeres tuvieron una relación conflictiva con su marido y se refugiaron en su hijo, le contaron los pormenores de las peleas entre ellos, se victimizaron, entonces el hijo sintió la obligación moral o el pedido directamente, de rescatar a la madre de los aparentes abusos del padre (esto es parentalizar a un hijo, o sea, ponerlo en relación de pareja parental, de padre) . Y ahí es donde queda abrochado simbólicamente como esposo de la madre, no como hijo. Y suelen ser mujeres de poco entorno social, cerradas, sin intereses propios, relegadas a su hogar que, como ellas no salen, impiden también que el hijo salga y las deje. Dos abandonos no pueden soportar. Dos fracasos no pueden metabolizar.
Para reflexionar sobre estos temas, sobre el costo de prolongar este tipo de vínculos patológicos…
Lic. Claudia Beatriz Gentile
Psicóloga clínica con orientación junguiana – Grafóloga Pública - Astróloga
Temas de género - Terapia individual y de pareja - Talleres de
autoconocimiento - Grupos de reflexión - Cursos de grafología -
Grafoterapia
mail: grafosintesis@gmail.com
Para ir al comienzo del blog pulse en el siguiente
¡Felicitaciones por escribirlo y publicarlo! ¡Me encantó!
ResponderBorrar