Paseaba por la costa observando
el paisaje y sintiéndome una con tanta inmensidad. Percibiendo la suavidad de la arena a cada paso, disfrutando la sensación en la piel de la brisa suave, refrescante. Con el sabor salobre en la boca. Un paisaje que me arrobaba los sentidos. Extasiada, calma, llena de paz me fundía con la exuberancia que se me ofrecía con generosidad.
Al fin la Paz.
tel.: 4672-4423 y cel.: 153-343-3665
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Y pensaba mientras mis pies
dejaban huellas que el viento iba barriendo suavemente cuáles serían las
huellas que el paso de mis días habrían dejado en los seres que amé y que, como
cada huella, iban quedando atrás inexorablemente, aunque habitándome, pero sin
sentir sus presencias físicas cercanas. Sólo huellas en mi corazón, ya casi
desdibujadas por la ausencia. Pero huellas que llenaban mi corazón solitario y
conforme con su soledad elegida.
Y me aventuraba más y más en esas
arenas vírgenes que me convocaban a avanzar hacia territorios inexplorados, con
el mar a mi izquierda que, con su rítmico acercamiento y alejamiento, me
salpicaba la piel como una caricia suave y húmeda que me recordaba que seguía
viva y palpitante, y convocada a avanzar. Y avanzaba, expectante, llena de
vitalidad, cada vez más fundida con un sol de ocaso naranja frente a mí que se
iba agrandando más conforme descendía, sintiendo los naranjas profundos
reflejados en mi piel, bañándome cálidamente, llamándome a un encuentro de
fusión al que me aventuraba deleitada.
Dejaba atrás lo que debía quedar atrás.
Como si fueran tules de un vestido blanco que el viento sacudía como velos.
Velos que se iban desprendiendo y volando de regreso al pasado para quedar
allá, lejos, mientras yo avanzaba cada vez más liviana de equipaje, cada vez
más libre, más dispuesta a soltar, para ir al encuentro de algo mayor que me
convocaba.
La sensación de libertad y de
liviandad era inédita. Mis pies no pesaban ya, lívidos casi rozaban la arena
blanca y suave. Mi piel cada vez más reluciente de naranjas de ocaso, mis
brazos extendidos ansiosos por la fusión con ese sol cada vez más cerca de un
horizonte esta vez alcanzable, mostrándome una puerta a otra dimensión aún desconocida
pero vislumbrada como un hogar de retorno al que volvería al fin tras tanto
deambular errático.
Naranjas de llamas inquietas iban
dibujando siluetas movedizas que cobraban formas que mutaban incesantemente.
Hipnotizada por el arrobador fulgor de las formas, me fui sintiendo una más
entre ellas. Integrada a una realidad que ya no me resultaba extraña sino
profundamente conocida y anhelada por años. Y me fundí con los naranjas, los
amarillos y los ocres de un sol que ya me devoraba mientras terminaba de cerrar
sus puertas el ocaso de ese día eterno que al fin anochecía y me llevaba con
él. Hasta un nuevo amanecer tras un bello descanso en una nueva encarnación que
quién sabe cuándo ocurrirá, ni importaba tanto ya. Al fin el almanaque había
dejado de pasar sus hojas esperando este momento. Al fin la cuenta regresiva
marcaba el cero de la hora esperada. Al fin el reencuentro y el descanso. Y la
fusión. Al fin el Hogar me abría sus puertas. Al fin la utopía ciega de hogares
espejados dejaba de reflejar sombras falaces y se abrían las verdaderas puertas
del Hogar. Y salían a mi encuentro las almas afines con sus brazos extendidos a
darme la bienvenida.
Al fin la Paz.
Lic. Claudia Beatriz Gentile
Psicóloga clínica con orientación junguiana- Grafóloga pública – Astróloga
Terapias psicológicas - Cursos de grafología - Talleres de autoconocimiento - Grupos de reflexión - Grafoterapia.
mail: grafosintesis@yahoo.com.ar
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