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Niñez desprotegida


En una materia que estoy cursando estamos haciendo un recorrido histórico por la niñez. Y la niñez, tal como la concebimos hoy en día, es un privilegio reciente.
A partir de la revolución industrial se empiezan a tener en cuenta los derechos de las mujeres y de los niños expuestos a jornadas laborales no reguladas. A partir de entonces también, con la especialización de los obreros producto del uso de maquinarias antes inexistentes, los niños de las clases medias comienzan a escolarizarse y la pedagogía en ciernes enseña nuevas pautas para tratarlos.
Hasta entonces los niños de las clases bajas trabajaban, los de las clases acomodadas eran entregados hasta los dos años a nodrizas, campesinas que los cuidaban y criaban. A partir de los 2 hasta los 8 permanecían con sus padres y luego comenzaba su formación y eran separados de su hogar nuevamente. Los niños de las clases obreras, hijos de madres que parían sin saber cómo ejercer un control seguro sobre la natalidad, estaban expuestos a altas tasas de mortalidad. Tanto al nacer, como durante la infancia producto de infecciones, de desnutrición o de enfermedades que antes no podían ser tratadas como ahora. Por lo tanto, al ser tan altas las posibilidades de que murieran, los padres no se apegaban a ellos para no sufrir luego la pérdida tras su muerte. Las madres también solían morir durante los partos asistidos solo por otras mujeres. Esto generaba una enorme cantidad de huérfanos poco asistidos[1].
El cuidado del infante como hoy en día lo entendemos es un concepto reciente. Basta hablar con nuestros abuelos o bisabuelos para que nos cuenten sobre su infancia. Los trabajos que debían efectuar, el modo en que los trataban, el poco afecto que recibían, la orfandad que alguno de ellos debió padecer y de qué modo se criaron. La precariedad económica que padecieron, los efectos de las guerras y de las hambrunas, las dificultades para acceder a la educación básica.
En la actualidad existen leyes que amparan al niño. Aún así coexisten hoy en día niños que nacieron al amparo de este cambio cultural, con otros que en nuestro país o en otras latitudes, todavía siguen viviendo en una total situación de desamparo económico, moral y familiar.
Las variables del desamparo son muy amplias: van desde el desamparo total en niños en situación de calle, hasta el desamparo emocional y asistencial que sufren otros, que paradójicamente cuentan con un hogar y recursos, pero cuyos padres no dedican tiempo suficiente a contenerlos por estar abocados a su vida profesional. Los resultados en clase media y baja saltan a la vista sobre todo en el ámbito de la escuela: hay cuadros de hiperactividad, de violencia escolar (bullying), de drogadicción, de falta de respeto a los límites, que confluyen en un bajo rendimiento escolar.
Los afortunados que están al amparo de la institución escolar cuentan en muchos casos con ciertos recursos que los protegen como gabinetes escolares, asistencia de pedagogos, de psicólogos y de docentes comprometidos con su oficio.
La grafología es un recurso útil a la hora de sumar herramientas para detectar conflictos que obstaculizan el aprendizaje. Por lo menos al detectarlos, es más fácil diagramar una estrategia para tratar de ayudar a nuestros niños, tanto sea derivándolos al gabinete, a sabiendas del origen del problema, como hablando directamente con ellos o con sus padres.

Es hora de replantearnos cómo tratamos a nuestros niños. Para ello es una buena idea observar cómo fuimos tratados nosotros mismos como niños, y qué espacio le damos a nuestro propio niño interno para desarrollarse y crecer.
A propósito de las falencias de nuestro niño interno, aquí a continuación va un escrito mío:

Los bolsillos de mi corazón están vacíos

-Señor... sí, usted. ¿Tiene un minuto de tiempo para mirarme? Tan solo un instante. Es que necesito un poco de amor.

-No. Monedas, no. Un poco de amor solamente. Puede ser usado incluso. ¿No le sobra un poco? Tengo los bolsillos del corazón vacíos, hambrientos de caricias afectuosas.

-No, señor. De ese amor no. Eso que me ofrece no se llama amor. Se llama abuso. Más no quiero. Quiero un poco del amor de padre, de ese que se entrega desinteresadamente, por el puro acto de amar, por la alegría misma que produce brindarlo. De ese que le debe prodigar generosamente a sus propios hijos. Míreme. ¿No ve en mí algo que le recuerde a sus hijos? ¿Algo que produzca esa sintonía entre usted y yo como para que nos consideremos familia por un instante? No le pido mucho. Es que, ¿sabe? El amor tiene el efecto de multiplicarse. Si usted me da un poco, me colma. Y puedo entonces derrocharlo abiertamente en sonrisas, en calor irradiante, y brindárselo a los demás en progresión geométrica. Pero si estoy vacía, me seco, se me agrieta el corazón como un desierto estéril, poblado solamente de rocas y de cactus. Necesito un oasis chiquito que nutra mis raíces raídas por el tiempo en soledad. En una eterna soledad sin padres que me miren así, como me está empezando a mirar ahora. Es que, ¿sabe? Yo me esmero en hacer lo que me pidieron, todo para que me quieran, pero, no hay caso. No lo logro. Ni lo logré nunca. Y eso que ahora me porto bien, cumplo con mis deberes, pero deberes sin el placer de ser recompensada por la aprobación de ellos. Ya me cansé de esperarlos. Por eso busco otros padres a quienes pueda adoptar. Esta vez me gustaría elegirlos yo. Me gustaría un papá como usted, ¿sabe? Porque tiene una mirada dulce y comprensiva, pero sobretodo, compasiva y atenta. Usted sí debe ser un buen padre. Se ve recto, prolijo, bien vestido, cuidado. Se nota que tiene una esposa que se preocupa porque estén sus camisas bien planchadas. Y se lo ve rellenito y saludable. Ha de ser buena cocinera también. Seguramente lo espera todas las tardes con la merienda y se sientan todos juntos al atardecer, a contarse las cosas que les pasaron durante el día, mientras sus hijos vuelven del colegio y se suman a la tertulia. Hasta me parece oler el pan tostado y el café recién hecho. Qué amorosa debe ser una madre que espera a su familia con una sonrisa y la mesa tendida, los oídos prestos a escuchar las peripecias diarias.

-¿Cómo que no? ¿No está casado? ¿Y esas camisas tan primorosamente planchadas?

-¿El lavadero?

-¿Cómo que no tuvo tiempo? ¿Tan importante y agotador es su trabajo?

-¿Ni un solo hijo entonces? ¿Y esa calidez en su mirada para quién es? ¿Qué está esperando?

-¿Cómo que usted también se siente solo? ¿Y entonces por qué iba tan apurado? ¿Quién lo espera? ¿Quién habrá encendido la estufa para recibirlo con la casa templada con este frío que hiela el alma?

-¡Calefacción central!. Ya veo. Lavadero, calefacción central y una casa vacía.

-Sí, muy funcional, pero vacía.

-Está bien, entiendo, empieza el partido, vaya, no lo retengo más. Lo importante no debe esperar. Que tenga buenas tardes y gracias por haberme dedicado la calidez y calidad de estos cinco minutos de su tiempo. Para hoy me alcanza. ¡Gracias!

Claudia
26/02/08

[1] Fuente: Levin, R. El psicoanálisis y su relación con la historia de la infancia. PSICOANÁLISIS. Revista de la Asociación Psicoanalítica de Buenos Aires, 1995, Nº 3.

Claudia Gentile
Grafóloga Pública
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Grafología Y Psicología por Claudia Gentile
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