Esta semana hubo un tema recurrente en mi entorno. Varios pacientes vinieron con lo mismo en síntesis, y a mí misma me atrapó este tema: El otro como espejo de lo que fui y que al verlo, me da bronca que siga en ese lugar del cual yo ya logré salir. Y me enojo con el otro porque no ve que yo pude salir, y sigue empantanado en la queja en vez de atravesar esa noche oscura del alma que me tocó atravesar y pegar el salto para salir, como logré hacer yo.
Qué sensaciones entran en juego?
A ver: pasé por una depresión, por una pérdida. Caí en lo más denso de un repliegue casi mortífero. Me solté de casi todo, no tenía ganas de nada, quería que ese alguien volviera y no pudo ser, quería que en definitiva el viejo orden volviera pero el nuevo paradigma se mostraba y me negaba a aceptarlo. Toqué el fondo más oscuro del alma, esa noche oscura, me tuve que quemar totalmente a mí misma. Quemar lo que fui en esa etapa que se va, quemar las creencias que tuve en ese período que ya no sirven, desprenderme de viejos hábitos, de seguridades que ahora veo que no son tan seguras, revolcarme en el lodo de mi propia y ajustada crisálida, y cuando fue el momento oportuno, tuve que decidir salir o morir asfixiada por el humo o por la caparazón que ya no me contenía sino que me impedía Ser.
Y cambiar la rutina y la percepción de gusano a la de mariposa cuesta. Cuesta quemar todo lo conocido: Ave Fénix y creencias arden en el mismo fuego. Enfrentar la incertidumbre de la nueva forma, de la nueva organización que se muestra caótica, sin un orden preestablecido, y tomar fuerza y salir. Salir volando a tientas como mariposa, a una nueva circunstancia que aún no se vislumbra; salir armando un cuerpo nuevo de las cenizas, un cuerpo que parece al principio inestable como la plastilina. Sorprendida descubriendo el nuevo orden de cosas en este nuevo estado, pero más vieja, más sabia, más resuelta.
Algo me sacó de ese estado. Algo que fue como la última gota. Algo que puede parecer tonto al evaluarlo, dado que hubo cosas anteriores más significativas que sumaron pero que no produjeron concretamente el cambio. No. El salto se da con la última gotita que en dominó va para atrás encontrando sentido retrospectivamente a un montón de señales que grabamos en su momento pero sin poderlas discernir cuando las recibíamos. Solo sabíamos que era importante retenerlas en la memoria. Y con esta última gotita, este último acontecimiento, como si la Verdad se nos cayera encima de la cabeza, con ese nuevo cristal somos de repente capaces de leer y de encontrarle sentido a todas esas señales previas. Y salimos del lugar en donde estábamos.
Estos saltos de consciencia requieren un corrimiento de lugar, necesariamente. Un corrimiento que a veces es físico pero que en realidad es subjetivo en esencia. Hay un cambio sustancial subjetivo, una reestructuración de la identidad.
La cosa es que al lograr salir, muchas veces por la rapidez de este último tramo final frente a la dubitación previa de letargos largos, nos da bronca mirar hacia atrás y comprobar que si era tan “fácil” pegar ese salto, nuestro autorreproche hace que nos castiguemos criticándonos el por qué de haber permanecido tanto tiempo antes de emerger. Y si no somos piadosos con ese ser anterior que fuimos, aletargado, dubitativo y miedoso, lo seremos con el de afuera que esté en esa situación y que no escuche nuestro soberano imperativo de hacer lo que le decimos que haga para que logre el estado que logramos??? Y si no somos piadosos, en este juego solo ponemos en espejo afuera el enojo hacia este aspecto nuestro anterior y no aceptado.
Si logramos el respeto por esa criatura que fuimos, que hizo lo que mejor pudo hacer en ese momento, que obviamente no tenía entonces la visión que tenemos ahora; si respetamos que esos fueron los tiempos justos aunque largos, respetaremos con tolerancia en el otro el tiempo de su propia ceguera, el tiempo de su propio proceso. Aunque implique corrernos y dejarlo en su queja. O acompañarlo hasta donde no nos dañe su infantilismo.
Y esa es otra arista del asunto. Hay relaciones que supimos mantener solo si estábamos en cierto estado incluso de enfermedad. Relaciones que mantuvieron sus lazos por inseguridad, por inmadurez, por dependencia. Y cuando pegamos ese salto cualitativo, muchas veces pretendemos que el otro o los otros lo hagan a nuestro ritmo para no sentirnos que subimos un escalón y los demás quedaron atrás. Les tendemos la mano, a veces alguno sube, a veces intentan empujarnos para abajo nuevamente, y a veces solo hay que soltar y decir adiós.
La clave de todo esto? Creo que voy entendiendo la verdadera dimensión del amor incondicional. Desde esta perspectiva, empieza por ser autoaceptación de lo que fui. El primer paso. Tolerancia pero no forzada, no es aguantar a ese otro que fui, sino tolerancia compasiva, que tampoco es lástima. Aceptación neutra, sin adjetivación, producto de la autoobservación del sentido del proceso de mi propio devenir.
Luego esto mismo espejado en el otro.
Que tolerar no significa ponerse delante con el pecho abierto para darle poder a que nos lastime, sino a la distancia adecuada para dejarlo ser a sus tiempos, acompañar, lograr la distancia adecuada para este acompañar o irse. Pero en paz. Eso mismo con el otro porque primero es con uno. Sobre todo en respeto por el tiempo de cada uno. Sabiendo que solo “cuando los oídos están preparados para escuchar, viene el Maestro y habla.” Y ni modo que grite si los oídos no están listos. No sirve apresurar el proceso.
Les comparto un cuentito a propósito de esto:
La lección de la mariposa
Cuentan que un día un hombre encontró una oruga y observó que en ella había un pequeño orificio. Se sentó y se entretuvo mirando mientras la mariposa luchaba durante varias horas para forzar su cuerpo tratando de pasar a través de agujero.
Pasó un largo rato observando los esfuerzos de la mariposa por salir al exterior, pero parecía que no hacía ningún progreso, como
si hubiera llegado a un punto donde no podía continuar. Apiadado, el hombre decidió ayudar a la mariposa, tomó
las tijeras y cortó el resto del capullo. La mariposa salió fácilmente, pero tenía el cuerpo hinchado y las alas pequeñas y arrugadas.
El hombre continuó mirando porque esperaba que en cualquier momento las alas se extenderían para poder soportar el peso del cuerpo que, a su vez, debería deshincharse. Pero nada de esto ocurrió. Por el contrario, la mariposa pasó el resto de su vida con el cuerpo hinchado y las alas encogidas… ¡nunca pudo volar!
Lo que aquel hombre, con su amabilidad y apuro, no llegó a comprender es que el capullo restrictivo y la lucha necesaria para que la mariposa pudiera salir por el diminuto agujero, era la manera que utilizaba la Naturaleza para enviar fluido del cuerpo de la mariposa hacia sus alas de modo que estuviera lista para volar tan pronto obtuviera la libertad del capullo.
Tiempo más tarde, aquel hombre descubriría que el terrible esfuerzo que durante horas estuvo contemplando, el que finalmente él había decidido evitar con un preciso corte de navaja, es precisamente el mecanismo que ha dispuesto la naturaleza para que las mariposas puedan robustecer su cuerpo y salir de la crisálida preparadas para emprender el vuelo. Luchar por atravesar la pequeña abertura (pasar por la puerta estrecha) es la única forma que tienen de conseguir el vigor suficiente para iniciar el camino que están llamadas a vivir.
En esa debilidad, se hacen fuertes.
Para pensar… pero fundamentalmente, para pensarnos. Solo eso.
Y ya que se trata de una reflexión sobre los otros como espejos, este artículo va dedicado a una tocaya que viene reclamando que hace rato que no escribo.
Lic. Claudia Beatriz Gentile
Psicóloga clínica con orientación junguiana- Grafóloga pública – Astróloga
Terapias psicológicas - Cursos de grafología - Talleres de autoconocimiento - Grupos de reflexión - Grafoterapia.
mail: grafosintesis@yahoo.com.ar
tel.: 4672-4423 y cel.: 153-343-3665
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