¿Cuánto daño puede provocar una persona mentalmente enferma en un entorno familiar?
Podemos observar que en un plano horizontal, ya de por sí convivir con personas enfermas significativas para la formación de menores, puede tener consecuencias que van en desmedro de la calidad de vida de todo el grupo.
En un eje vertical, está científicamente estudiada la prevalencia genética de cierta predisposición a contraer una determinada patología hasta en la tercera generación.
Por lo tanto, hay familias que heredan la predisposición a contraer determinadas patologías, y si ciertos individuos del grupo no lo hacen por su propia constitución genética, el medio familiar los predispone aún más a que se desenlace la patología.
En la dinámica de estas familias, la enfermedad no es vista por sus miembros como un elemento extraño, bizarro, desorganizador, sino que forma parte de la matriz de identidad del grupo. Y por ello el mismo grupo la sostiene y es tan refractario a resolverla. Es más, la propia homeostasis familiar está sostenida sobre la base de esa determinada patología.
Cuando un miembro del grupo:
a)-siente la necesidad de cuestionarse, siente una insatisfacción que lo lleva a analizarse para estar mejor, o
b)-tiene, fuera del ámbito familiar, alguna conducta desadaptativa que es denunciada por alguna institución externa al hogar, y se insta a esa persona a someterse a terapia, en el caso de que lo haga, y que logre algún cambio,
en ambos casos, este cambio será muy probablemente resistido por todo el grupo familiar en pos de volver a su estado anterior y conservarlo.
Si aún así este miembro emergente logra sostener su propio cambio y permanece en su grupo familiar, un efecto dominó es probable que se desate y muten algunos síntomas patológicos de otros miembros del grupo a estados que estaban sumergidos y ocultos, por la pérdida del equilibrio anterior, ya desbalanceado.
En este caso, si se logra llegar a esta instancia, una labor más ardua se le presentará al terapeuta: sugerir a todo el grupo que recurra a una terapia familiar. El solo hecho de que acceda, debido a las bajas posibilidades de que todo el grupo logre acordar asistir, ya es un paso importante a favor de alcanzar una mejora en la calidad de vida de sus miembros. Pero en esta segunda instancia, la labor recién comienza y el desenlace puede ser imprevisible.
Ello en la medida en que el grupo sea plástico y se adapte a los cambios; que sus miembros puedan cuestionarse sus propias conductas y presupuestos básicos. Vale decir, que la patología esté más del lado de la neurosis. Si la enfermedad compartida es la paranoia, y tenemos un grupo cerrado, refractario a los cambios, a las participaciones externas, negador, temeroso, inseguro, con miembros que presenten algunas manifestaciones fóbicas por ejemplo, con distorsiones cognitivas que sobredimensionen la esfera emocional al analizar las percepciones reales, pues entonces la labor es más compleja, sobre todo si la psicosis está asentada de base en un miembro significativo del grupo, por ejemplo, en alguna de las figuras parentales.
En otros casos, aquel miembro portavoz del síntoma familiar que logra acceder a un cambio en pos de alcanzar su propia subjetividad, es rechazado por su propio grupo como chivo expiatorio que carga sobre sus espaldas los fantasmas no asumidos de todo el grupo familiar. Y entonces la exclusión de ese miembro es la que permite que el grupo siga sosteniendo su anterior equilibrio patológico. Este miembro se convierte en el depositario de todos los males del grupo, y al alejarse, se lleva con él todos los elementos negativos que la familia proyectivamente depositó sobre él.
Si esta persona alcanza un cierto estado de salud, podrá distanciarse de estas proyecciones, objetivarlas y entender el proceso. Si en cambio, se hace cargo de las proyecciones, su yo estará al servicio del sadismo de su super yo que lo seguirá devastando desde su propio psiquismo, aún alejándose de su entorno familiar.
Podemos observar que en un plano horizontal, ya de por sí convivir con personas enfermas significativas para la formación de menores, puede tener consecuencias que van en desmedro de la calidad de vida de todo el grupo.
En un eje vertical, está científicamente estudiada la prevalencia genética de cierta predisposición a contraer una determinada patología hasta en la tercera generación.
Por lo tanto, hay familias que heredan la predisposición a contraer determinadas patologías, y si ciertos individuos del grupo no lo hacen por su propia constitución genética, el medio familiar los predispone aún más a que se desenlace la patología.
En la dinámica de estas familias, la enfermedad no es vista por sus miembros como un elemento extraño, bizarro, desorganizador, sino que forma parte de la matriz de identidad del grupo. Y por ello el mismo grupo la sostiene y es tan refractario a resolverla. Es más, la propia homeostasis familiar está sostenida sobre la base de esa determinada patología.
Cuando un miembro del grupo:
a)-siente la necesidad de cuestionarse, siente una insatisfacción que lo lleva a analizarse para estar mejor, o
b)-tiene, fuera del ámbito familiar, alguna conducta desadaptativa que es denunciada por alguna institución externa al hogar, y se insta a esa persona a someterse a terapia, en el caso de que lo haga, y que logre algún cambio,
en ambos casos, este cambio será muy probablemente resistido por todo el grupo familiar en pos de volver a su estado anterior y conservarlo.
Si aún así este miembro emergente logra sostener su propio cambio y permanece en su grupo familiar, un efecto dominó es probable que se desate y muten algunos síntomas patológicos de otros miembros del grupo a estados que estaban sumergidos y ocultos, por la pérdida del equilibrio anterior, ya desbalanceado.
En este caso, si se logra llegar a esta instancia, una labor más ardua se le presentará al terapeuta: sugerir a todo el grupo que recurra a una terapia familiar. El solo hecho de que acceda, debido a las bajas posibilidades de que todo el grupo logre acordar asistir, ya es un paso importante a favor de alcanzar una mejora en la calidad de vida de sus miembros. Pero en esta segunda instancia, la labor recién comienza y el desenlace puede ser imprevisible.
Ello en la medida en que el grupo sea plástico y se adapte a los cambios; que sus miembros puedan cuestionarse sus propias conductas y presupuestos básicos. Vale decir, que la patología esté más del lado de la neurosis. Si la enfermedad compartida es la paranoia, y tenemos un grupo cerrado, refractario a los cambios, a las participaciones externas, negador, temeroso, inseguro, con miembros que presenten algunas manifestaciones fóbicas por ejemplo, con distorsiones cognitivas que sobredimensionen la esfera emocional al analizar las percepciones reales, pues entonces la labor es más compleja, sobre todo si la psicosis está asentada de base en un miembro significativo del grupo, por ejemplo, en alguna de las figuras parentales.
En otros casos, aquel miembro portavoz del síntoma familiar que logra acceder a un cambio en pos de alcanzar su propia subjetividad, es rechazado por su propio grupo como chivo expiatorio que carga sobre sus espaldas los fantasmas no asumidos de todo el grupo familiar. Y entonces la exclusión de ese miembro es la que permite que el grupo siga sosteniendo su anterior equilibrio patológico. Este miembro se convierte en el depositario de todos los males del grupo, y al alejarse, se lleva con él todos los elementos negativos que la familia proyectivamente depositó sobre él.
Si esta persona alcanza un cierto estado de salud, podrá distanciarse de estas proyecciones, objetivarlas y entender el proceso. Si en cambio, se hace cargo de las proyecciones, su yo estará al servicio del sadismo de su super yo que lo seguirá devastando desde su propio psiquismo, aún alejándose de su entorno familiar.
Claudia Gentile
Grafóloga Pública
informes: grafosintesis@yahoo.com.ar
Tel.: 4672-4423 Cel.: 153-343-3665
Floresta - Capital Federal - Buenos Aires - Argentina.
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Grafología Y Psicología por Claudia Gentile
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